ELVIRA SOLANA

UNA REVOLUCIÓN
EN FORMA DE
OBRA DE ARTE

Después de pasar una soleada mañana de agosto con Elvira Solana, me siento como si me hubiera enfrentado a una matrioska. Una de esas muñecas rusas que, abiertas por la mitad, descubren figuras más pequeñas en su interior. Me acerco a ella atraída por la belleza de sus formas, por su ornamentación y por su color sin saber que dentro de ella hay mucho más.

Durante la hora y media que nos sentamos a charlar alrededor de una taza de té en su terraza con vistas al mar, ella misma va extrayendo las capas de madera, desvelando los estratos internos de su exquisito trabajo. Y al mismo tiempo, yo voy descubriendo las capas de la propia Elvira, que intenta con mucho atino explicar su obra y con ello, a sí misma.

Con la apertura de la primera, me cuenta que en realidad ella estudió arquitectura en Madrid aunque en seguida, gracias a varios programas de intercambio, comenzó a viajar: «Estuve en India, en Barcelona, luego pasé una temporada en París y después me fui a Estambul. Siempre he tenido atracción hacia oriente. Tenía cierta curiosidad y fue bastante revelador en realidad».

Mi apuesta por el mural en interior se basa en la investigación de la relación del ser humano con el espacio y con la privacidad
— Elvira Solana

Su periplo por el mundo supuso una gran fuente de inspiración; una creatividad que, sin embargo, no le llegó por parte de la formación universitaria: «Los modelos académicos que tenemos ahora están bien porque son muy democráticos pero de alguna manera uniformizan. Y esto es lo que me ocurrió a mí, que en el proceso de formación perdí la parte manual, esa capacidad que es la que yo podía aportar». Algo que, junto a su trabajo en varios estudios de arquitectura en plena crisis económica, creó en Elvira un pequeño conflicto personal que desembocó en una ruptura con la arquitectura. «Empecé a pintar y decidí probar un año para ver si arrancaba. Y arrancó. Al principio pintaba pájaros, plantas… pero después de un tiempo empecé a conectar arquitectura y pintura sin apenas darme cuenta». Tras documentarse sobre el mural a lo largo de la historia, Elvira empezó a comprender que su formación como arquitecta no estaba lejos de su manera de enfrentarse al mural. «Los primeros muralistas de la historia fueron arquitectos. Entendí cuál era el hilo del que estaba tirando y por qué no estaba tan lejos de mí y de mi profesión».

Aquello fue tan revelador que Elvira cogió sus pinceles, una mochila y dejó Cantabria para volver a Madrid en busca de paredes sobre las que trabajar. «Mira, a veces se alinean los planetas y eso es lo que ocurrió. Me encontré con un amigo de la facultad que acababa de comprarse una casa: ‘Lleva cerrada sesenta años y tenemos que reformarla, pero hasta dentro de seis meses tienes tiempo para hacer allí tus pruebas’, me dijo. Después de cinco meses de trabajo, Elvira inauguró ‘Real Estate’, convocando a varios medios de comunicación. Los días previos aún los recuerda llenos de nervios. Dormía en un colchón en medio del salón de aquella casa vacía. «No sabía si lo que estaba haciendo iba a funcionar o no. Fue un milagro. Hay muchos días que pienso que hace sólo tres años de esto. El piso resultó ser un lugar increíble de unos 350m2 que con mi intervención amplié en 10.000m2. Con ‘Real Estate’ establecí los principios sobre los que iba a cimentar el resto de mi carrera».

«En el mural, como en la arquitectura, necesitas un primer proyecto para que los clientes confíen en tí», me explica. Su caso encaja a la perfección en la teoría, aunque en Openhouse nos quedamos maravillados cuando conocimos, a través de Instagram, el mural que hizo en la casa de un familiar en Santo Domingo, le digo. Y a colación de la privacidad y de las redes sociales, Elvira abre una nueva matrioska. «Mi apuesta por el mural en interior se basa en la investigación de la relación del ser humano con el espacio y con la privacidad. No tengo WhatsApp, y tengo Instagram sólo por trabajo». Un ejercicio para el que es necesario cierta ruptura con el sistema, mucho arrojo y una gran obstinación. «Vivimos rodeados de imágenes que consumimos compulsivamente. La imagen caduca y muere rápido si no está respaldada por una idea. Las ideas son la estructura. Éstas permiten que una imagen pueda permanecer en el tiempo sin agotarse inmediatamente y esa es la finalidad de mi trabajo».

Un mes después de nuestro encuentro, sé que Elvira puede haber tenido un sinfín de nuevas revelaciones que esta trovadora de la arquitectura en forma de mural, haya plasmado en sus maquetas y en sus múltiples cuadernos, sus herramientas de trabajo diario. «Estos cuadernos tienen ideas que en algún momento se traducirán en murales y que me permiten avanzar. En estos tiempos de consumo acelerado, enfrentarse a alguien con un discurso elaborado y meditado como Elvira es un verdadero hallazgo. «Un mural es una superposición de dos lenguajes: el de la arquitectura, que es tridimensional y volumétrico e implica un movimiento a su alrededor; y el de la pintura, que es bidimensional y tiene una percepción frontal. Yo no quiero resolver la idea de continuidad sino cuestionarme todos estos conflictos sobre la percepción del ojo humano frente a la escala del lugar o contexto».

La apertura de la última matrioska me lleva a su estudio a escasos metros del piso en el que está residiendo durante el verano. Allí además cuenta con un lienzo en forma de habitación semi abuhardillada donde pone en práctica muchas de sus ideas. Pocas personas, confiesa, han visto lo que se esconde en lo alto de esta torre. Cuando pongo un último pie en este espacio de ensoñación siento que me adentro en un nuevo lugar que no se rige por las reglas físicas del exterior. Quizá, pienso, sea éste el verdadero propósito que se esconde tras el trabajo de Elvira Solana: la búsqueda de una habitación propia que transforme nuestra perspectiva llevándonos a soñar con una nueva realidad.