UNA VOZ QUE TE DESARMA

UNA VOZ QUE TE DESARMA

BENJAMIN
CLEMENTINE

  • Entrevista a Benjamin Clementine previo a su concierto en Villa Lena, Italia.

    Publicada oficialmente en inglés.

  • Fotos de Martino di Napoli Rampolla y Guglielmo Profeti.

Entre renuncias, despedidas y rupturas, nuestra existencia transcurre en los entretiempos del duelo por lo que dejamos atrás y la ilusión por lo que vendrá. Los días pasan mientras elegimos unas cosas y desechamos otras, y sin embargo, no en pocas ocasiones, una decisión puede ser percibida como una traición o una señal de cobardía. Otras veces, en cambio, puede considerarse un acto de optimismo; la afirmación de que las cosas no sólo pueden ser diferentes sino mejores. Un gesto que nos acerca a conocernos a nosotros mismos, y a dibujar el trayecto que queremos recorrer en este lapso temporal que llamamos vida. En la de Benjamin Clementine, la renuncia se presentó de forma muy temprana, tan pronto tomó conciencia de que, para ser feliz, debía prescindir de todo aquello que no fuera la música. Una decisión que le llevó a transitar un camino arduo y solitario con la determinación de renunciar a todo menos a sí mismo.

Recién estrenado el otoño, visitamos Villa Lena, la residencia artística situada en la Toscana donde Benjamin ha sido invitado a actuar cuando las restricciones en Europa se han relajado, al menos por un tiempo. Es una tarde de sábado soleada y fría. A medida que avanzamos por el camino lleno de baches que conduce a la casa, se respira una mezcla de entusiasmo y anticipación.

Martino di Napoli Rampolla trata de capturar en imágenes algo que en realidad sólo puede vivirse en directo. Benjamin entra en el escenario del concierto con una media sonrisa. Parece feliz de tocar para el público después de medio año de pausa. Su presencia es magnética y curiosa. Camina suavemente a través de la audiencia que parece contener la respiración durante unos segundos. Se sienta, nos mira, coloca un pie sobre el taburete y se quita las sneakers como si tocar este imponente instrumento fuera una cuestión de conexión donde no pueden existir capas intermedias. Hace una pausa y posa las yemas de los dedos sobre las teclas del piano.

He aprendido a ver lo positivo en las cosas. El hecho de no tener que pagar un alquiler me permitió desarrollarme artísticamente.
— BENJAMIN CLEMENTINE

El menor de cinco hijos, Benjamin creció arropado por el cariño de su abuela e incomprendido por sus hermanos, su madre y, en especial, su padre. Pasó una infancia marcada por la soledad hasta que, a los 11 años, descubrió el piano. “En cuanto pude entender lo que era un piano, se convirtió en mi mejor amigo”, admite. “No quería estar donde estaban todos los demás niños. Realmente disfruté el tiempo a solas y esto me permitió ser muy paciente con mi práctica. Es un poco como cuando entrenas una nueva habilidad o aprendes un nuevo acorde. Tienes que tratar tu cerebro como un niño pequeño, darle tiempo y guiar suavemente tu cuerpo hacia este nuevo elemento”. Fue precisamente la necesidad de dedicarle más tiempo a la música lo que le llevó a romper con su familia a los 16 años de edad. Primero en las calles de Camden, en Inglaterra, después en París, la idea de renunciar a un techo y convertirse en un homeless no le amedrentó. En parte, dice, se siente un privilegiado por ello: “He aprendido a ver lo positivo en las cosas. El hecho de no tener que pagar un alquiler me permitió desarrollarme artísticamente. Pude practicar sin pensar en tener que ir a trabajar de 9:00 a 5:00. En parte fue un privilegio y, aunque socialmente también estaba sufriendo, mi falta de hogar fue una forma de llegar hasta aquí”.

El metro se convirtió en su escenario principal, donde consiguió un buen número de seguidores. Su primera oportunidad le llegó de la mano de uno de los pasajeros, quien le invitó a tocar en su bar. Benjamin era ya una figura de culto en la ciudad cuando EMI llamó a su puerta. Publicó dos EP, Cornerstone y Glorious You, con los que se convirtió en toda una celebridad. Su álbum debut At Least For Now llegaría en 2015 y con él, uno de los mayores galardones del mundo de la música, el Mercury Prize. Trabajar con una gran discográfica le llevó a lo más alto pero también supuso una nueva renuncia, a la total independencia de su creación. “Firmar con un sello es una elección muy difícil. La música genera dinero, desafortunadamente, así que se debe ser audaz y hay que buscarse un buen abogado”.

En la cima de su carrera y justo cuando creía haber dejado atrás sus miedos, la llegada de su hijo Julian le devolvió al capítulo del principio, el de su infancia. “Me hizo pensar en mi madre. Ella tuvo una depresión cuando nací y no pudo cuidarme”. La falta de apego con sus progenitores había distorsionado la idea de paternidad de Benjamín: “Era como si estuviera molesto porque Julian nos necesitaba. Siempre pensé que cualquiera puede vivir solo y sobrevivir si realmente cree en sí mismo”. Escribir todo lo que pasaba por su cabeza fue como sacarlo a la luz y, de ese modo, llevarlo al plano consciente. La ayuda de su mujer, la también cantante y compositora Florence Morrissey, fue esencial. “Tuvo que proteger a mi hijo, pero también a mí. Ella es una gran persona, así que se las arregló para hacerlo”.

En cuanto pude entender lo que era un piano, se convirtió en mi mejor amigo
— benjamin clementine

Para Benjamin, la visión binaria que divide en el mundo en términos de bueno y malo, feo y bello es tan sólo una cuestión semántica; algo que quiere transmitir a Julian: “Sé que es un niño desafortunado por tener un padre que diría «Julian, eres feo» pero creo que es bueno enseñarle a tu hijo a recibir críticas y a seguir adelante. Deberíamos apreciar las cosas tal como son”. Las palabras pueden retorcerse y llenarse de nuevos significados. Ese es, sin lugar a dudas, uno de sus fuertes. “Escribí todas las letras de mi primer álbum antes de tocar el piano. Ahora estoy interesado en un enfoque diferente. Creo que escribo demasiado. Así que para el próximo disco voy a dejar que suene la música”.

Hay un poso de tristeza y dolor no sólo en el discurso de Benajmin sino en el tono que emplea para transmitirlo. Cuando uno lo escucha ya sea cantando o hablando, su voz desvela infinidad de emociones capaces de desarmarnos y sin embargo, pareciera que el mundo no pudiera penetrar en el interior de este hombre hecho a sí mismo tanto en su faceta de autor como en la de ser humano. El arte de Benjamin no sólo se percibe sino que se contempla. Mientras comienzan a sonar las primeras notas del piano, pienso en él como una isla, salvaje y pequeña que flota orgullosa, libre y sola cerca de una de los grandes archipiélagos llenos de personas. Desde la orilla, en el cálido salón circular de Villa Lena, oímos el rumor de su brisa susurrando a las hojas, rugiendo entre las olas y cómo su voz se alza, brama y se precipita sobre las rocas.