Mis novios, sus ex y yo

Mis novios, sus ex y yo
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Hace un año volvía a la soltería. Tener 34 años y experimentar la vuelta al mercado como todo tiene una doble lectura. Normalmente a esta edad una está buscando tranquilizarse un poco. Al menos ese era mi caso. Sin apenas relaciones formales en mi currículo, digamos que ya me había divertido mucho. Había experimentado una libertad sin tapujos hasta la treintena. He aquí la cuestión, a mi edad ya había comenzado a cansarme de dicha libertad y estaba conforme con la vida junto un buen carcelero que me garantizase unos mínimos de amor y confort al tiempo.

Al parecer no somos tan modernos como decimos ser y en el fondo, todo el rollo de que las cosas ya no son como antes y que no somos como nuestros padres es más una postura que una realidad.

No obstante, tras dicho letargo y de vuelta al escenario en el que había campado a mis anchas durante años, me sentí rejuvenecer. Creí que recuperaba mi yo más auténtico. Si bien la euforia de unos meses de frenesí que me ayudó a recuperar mi autoestima gracias a ligues de barra y copa, tras unos meses aquello ya no era suficiente el intercambio sexual de aquellos amantes. Quería algo más. Y fue entonces cuando comenzó mi agonía entre los escombros de corazones rotos derruidos por amores del pasado. La sombra de la EX reaparecía como el fantasma de las navidades pasadas cada vez que alguien despertaba en mÍ un interés mayor.

Un escenario en el que debía superar un montón de obstáculos. Caer mejor a sus amistades que la anterior pareja, llevarme bien con sus padres, y esquivar los restaurantes y viajes que ya había hecho con ella. Sin olvidar a la propia ex en cuestión, que cada cierto tiempo llamaba para poner a prueba su poder sobre él pidiéndole algún favor urgente y crucial. El esquema siempre era igual. De hecho, ¿era yo como aquellas otras ex? Seguramente sí, aunque eso una nunca quiere admitirlo.

Todo este me ha llevado a reflexionar acerca de las relaciones que se producen a partir de los 30 años, y las extrañas situaciones que suceden en este tiempo. Supongo que las razones se deben a una combinación de edad y presión social. Se trata de un momento en que se supone que estamos definiendo la vida en todos sus aspectos, empezando por nosotros mismos. Por ello, buscamos un compañero o compañera que encaje en nuestra idea de un futuro compartido. A esto se une la presión acerca de tener hijos y las bodas de tus amistades, entre otras cosas.

Una vez que nos vemos siguiendo 'correctamente' el camino que la sociedad ha establecido para nosotros, ¡zas!, nuestra relación finaliza. El duelo y asumir la pérdida pueden ser procesos que se ralentizan. Al parecer no somos tan modernos como decimos ser y en el fondo, todo el rollo de que las cosas ya no son como antes y que no somos como nuestros padres es más una postura que una realidad. Yo no soy una excepción. Sigo buscando. El polo de fresa que creía ganador únicamente contenía un “sigue rascando”, en versión relaciones, se entiende. Así que aquí estoy, esperando a que llegue el verano y con él todo el catálogo de sabores.